El siglo XVIII para Venecia fue en su mayoría un siglo de paz. Sin guerras, sin conflictos, con las clases bajas y medias realizando todo el trabajo, y con menos responsabilidades políticas: los nobles venecianos estaban libres de entregarse a "sus deseos placenteros".
La variedad de esos placeres era amplia; Venecia en el siglo XVIII era una sociedad
totalmente permisiva en la que se toleraba cualquier comportamiento, siempre y cuando se realizara con estilo.
En la Venecia del siglo XVIII, los nobles ya no llevaban las togas de oficio, mientras que las mujeres lucían vestidos excéntricos adornados con encaje negro: "hay suficiente broma y lujo que no se puede imaginar: la religión se está yendo por el desagüe", lamentaba el poeta Angelo Labia, un sacerdote y miembro de una familia patricia, en un diario de esa época.
La Venecia de ese tiempo era, de hecho, un lugar muy extraño; su tipo particular de decadencia no tenía equivalente
contemporáneo y es muy poco probable que algo remotamente similar vuelva a ocurrir. Según los estándares generalmente aceptados, la Venecia del siglo XVIII era una
sociedad enloquecida.
Venecia solía ser llamada "la ciudad de las máscaras". El Carnaval duraba seis meses y la gente llevaba máscaras todo el tiempo. El juego que tenía lugar día y noche fue descrito por el Gran Consejo como "solemne, continuo, universal, violento".
Monjas con perlas y vestidos escotados competían entre sí por el honor de ser amantes de un nuncio papal visitante. Las mujeres llevaban dagas y pistolas para manejar sus "asuntos amorosos", que preferían que fueran rápidos y sin una participación emocional profunda, y se consideraba una desgracia para una mujer casada no tener un Cicisbeo, un amante y caballero de espera combinado.
En 1750, los ricos de la ciudad eran muy, muy ricos, y los pobres muy, muy pobres. Algunas familias patricias tenían fortunas que ascendían a cientos de millones de dólares, vivían en palacios de cincuenta habitaciones con igual cantidad de sirvientes, poseían hasta doce góndolas y mantenían instalaciones y residencias igualmente magníficas en el continente.
Los venecianos parecían no haber sufrido nunca una derrota en toda su historia, como si su imperio no solo estuviera intacto sino destinado a durar para siempre. La mayoría de los nobles venecianos actuaban como si Venecia aún gobernara todo el Mediterráneo.
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